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Una historia personal

Mi nombre es Sergio. Como gran parte de los pequeños de hoy en día yo empecé a jugar al fútbol desde muy chico, exactamente a los cinco años. Tengo un hermano de tres años mayor que entrenaba en un campo de arena cerca de casa todos los martes y jueves de la semana. Mi padre lo solía llevar siempre a entrenar y yo en vez de quedarme en casa o ir a la plazoleta, me iba con ellos y allí me ponía a jugar con la pelota de lado a lado.

Ahí comenzaron mis primeros toques a un balón y donde le empecé a coger gusto al mundo del fútbol. De pequeño era incapaz de ver un partido, era muy inquieto, lo que quería era jugar. Por este motivo mi padre a los cinco años me apuntó a la misma escuela que esta mi hermano, el SAFA Funcadia. Recuerdo mis primeros entrenamientos y partidos como todos íbamos detrás de la pelota y lo bien que nos lo pasábamos. Quien pudiera volver a esos años.

Pero nos íbamos haciendo mayores y las cosas iban a ir cambiando. Ya los entrenamientos no eran tanto para divertirnos. Cada vez más físico, pretemporadas interminables y cansinas, padres diciéndonos “este finde hay que ganar”. Apenas teníamos diez años y ya parecía que nos jugábamos algo.

A los nueve años me fui a otro equipo y fue donde mis ojos comenzaron a ver cosas muy extrañas, familiares insultando a árbitros y otros pequeños. Especialmente el hermano de un compañero se ponía muy agresivo. Recuerdo un partido en el que el árbitro pito un penalti en contra nuestra y bajo cinco filas de asientos de la grada y se puso justo en la línea de fondo a llamar al árbitro (de unos 16 años) para pegarle. En ese momento éramos niños y nos reíamos.

Los años pasaban y este hermano seguía dando la nota en gran parte de los partidos. Hasta que llegó un partido en el que, como siempre, empezó a insultar a los niños del otro equipo y los padres de estos se fueron a por él. Ahí es donde vi uno de los gestos que me hizo cambiar gran parte de mi pensamiento en ese momento. El padre lo cogió y se lo llevó al coche y lo encerró hasta que terminara el partido, desde entonces fue a muy pocos partidos y, a los que asistió, lo hizo tranquilamente, sin insultar ni liar nada.

Quizá ese gesto del padre significó mucho para mi moral y pensamiento. ¿Cómo puede haber padres que se crean que sus hijos son o van a ser Messi o Cristiano Ronaldo? ¿Qué imagen creen que das a sus niños en un campo cuando lo ven insultar a otras personas?

Desgraciadamente parece que esto va a más. Personalmente creo que gran parte de culpa de este problema lo tienen los medios. A todas horas tenemos algo de fútbol en la televisión, pero ya no de fútbol en sí, por desgracia lo que se ve ahora es los lujos de jugadores de alta gama, lo bien que se vive por correr detrás de una pelota, lo famoso que se puede llegar a ser. Pienso que es aquí donde está el problema y que cada vez va a más.

Retomando un poco el tema sobre anécdotas que me han ocurrido, tengo que decir que el mayor cambio de pensamiento y donde verdaderamente me di cuenta de que el fútbol está haciendo mucho daño fue hace dos años. Mi primo, de siete años, jugaba un partido contra los mayores de su misma escuela. Era un partido de pretemporada, donde no se jugaban nada. Quedé con mi tío y mi primo para ir a verlo, al pequeño le hacía mucha ilusión, pero creo que a mi tío le hacía más.

Mi tío siempre dice que el niño es muy bueno, que tiene muchas cualidades, que es el mejor del equipo. Pues bien, la pelota empezó a rodar y mi primo no salió de titular, entonces mi tío ya no paraba de decir que su hijo debía de jugar, que no le da minutos, que no lo pone en su puesto… Los insultos al árbitro no paraban, pero no de él solo, también por parte del resto de padres. Miraba a mi alrededor y eran todos iguales. Los niños parecían que se estaban jugando un trofeo de nivel internacional en un campo como el Santiago Bernabéu o el Camp Nou.

Salí horrorizado de allí, sentí mucha vergüenza. No entendía, ni entiendo, como hay padres así. ¿No conocen la presión que meten a sus niños en un deporte? Son críos de siete años que van a divertirse, pero que sus padres están cambiándolos. Son niños que futbolísticamente son prepotentes, se creen mejores que los demás y menosprecian a los que están más limitados, ¿por qué? Porque es lo que hacen sus padres, que al fin y al cabo son su espejo del alma.

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